La alineación del La Plaza de Armas, el cerro Santa Lucía y “El
Abanico”, con la salida del sol durante el Solsticio de Verano, y el cerro San Cristóbal que corta el perfil del Plomo-Littoria durante el Solsticio de Invierno, es un
hecho físico, concreto e indiscutible.
Es un hecho que literalmente viene
produciéndose hace miles de años sin
variación substancial, y que pudo
haber sido observado incontables veces por diversos observadores a lo largo
del tiempo.
Nosotros no deseamos ni podemos
tomar una posición determinante, respecto a quién o quiénes fueron los primeros
habitantes o culturas que se percataron de este hecho astronómico. No lo
deseamos, porque a nuestro juicio este es un tipo de conocimiento ancestral,
que no tiene un único depositario, y no podemos hacerlo, porque no existe
evidencia física, documental o histórica que nos permita hacerlo.
Lo que resulta efectivo e indiscutible, es que el único punto desde la
“Isla de Santiago”, desde donde este fenómeno anual puede percibirse, es
precisamente el área que actualmente ocupa la Plaza de Armas, y que
anteriormente ocupó la Kancha
incásica. Como vimos, es posible también que la misma área ya estuviese
sacralizada, o al menos delimitada de
algún modo, antes de la llegada de
los Incas.
Si fueron las culturas arcaicas, alfareras, los araucanos o los incas
quienes primero determinaron este hecho, para nosotros no resulta relevante, ni puede –a nuestro juicio–, ser comprobado
de manera fehaciente.
Hay aquí un tipo de hecho físico, que por su naturaleza absolutamente
reiterativa, por su importancia práctica, por su trascendencia religiosa y
ritual, pudo ser apreciado no una,
sino muchas veces por diferentes
culturas a lo largo del tiempo.
A mayor abundamiento, hay
constancia arqueológica e histórica de que el área céntrica de la ciudad ha
tenido ocupación desde hace al menos 2000 años, y toda la evidencia disponible
a nivel mundial, indica que la mayoría de las ciudades antiguas, han venido
siendo construidas una y otra vez, sobre las ruinas de ciudades anteriores.
A partir de lo anterior, hay entonces
otro hecho empírico indiscutible: de
toda la cuenca de Santiago, de todos los lugares posibles para formar un
asentamiento en el valle, la “isla
de Santiago” siempre fue el más idóneo: su mayor elevación relativa
respecto al resto de los lugares de la cuenca; su notoria posición
intersectante de las rutas de tránsito lógico que atraviesan el área; su fácil irrigación,
asegurada por los dos brazos del río, y
–particularmente-, la defensa ante las inundaciones que representaba el cerro, así
como su evidente función de atalaya o
punto de observación de todo el entorno, fueron
factores clave que necesariamente determinaron
su muy temprana ocupación como el mejor espacio habitable de todo el
valle.
Finalmente, lo que es efectivo
sin duda alguna, es que Pedro de Valdivia fundó y trazó la ciudad de Santiago a
partir del centro de la Plaza de Armas, y
no desde otro punto –ni menos de otra “manzana” –, pese a que como vimos en un comienzo, esta no
es el área central del espacio naturalmente delimitado del que Valdivia
disponía para fundar la capital.
Este
“descentramiento” nunca fue casual ni fruto de la ignorancia o de la
incompetencia: lo que nosotros
descubrimos al constatar esta alineación del Solsticio, fue que Santiago está fundado sobre un conocimiento
geográfico y astronómico ancestral, del que hasta ahora sólo hemos sido ciegos
herederos.
Llegamos así,
después de un ya extenso análisis, a responder por qué el área de la actual
Plaza de Armas y de la anterior Kancha
incásica, no se encuentra en el centro
geométrico de la antigua “Isla de Santiago”:
La Plaza es un “centro astronómico”: un punto absolutamente único en todo el
territorio, donde las líneas de la salida del Sol, durante el Solsticio de
Invierno y de Verano se intersectan,
teniendo ambas un punto de referencia natural, definido e inamovible: la
ladera del cerro San Cristóbal contra el perfil de los cerros el Plomo y
Littoria, en el caso de la primera, y el cerro Santa Lucía contra la formación
“El Abanico”, en el caso de la segunda.
Este hecho natural, permitía que un
observador situado en el centro de la Plaza, pudiese determinar las fechas de ambos solsticios con absoluta precisión, sin
requerir de ningún instrumento.
En la práctica, esta área única en toda la Cuenca
de Santiago, actúa como un verdadero eje calendárico, permitiendo medir el
transcurso de un año solar, entre los dos eventos astronómicos más importantes
que lo delimitan.
Como ha quedado demostrado, el centro de
Santiago nunca estuvo “descentrado”. Por el contrario, es el “Axis Mundi” –el
eje del mundo–, desde donde la ciudad ha nacido una y otra vez a lo largo de
los siglos.